No hay que ser muy vivo para darse cuenta que comenzó a hacer frío, basta con asomarse por la ventana y fijarse que toda la gente ya se viste con camperitas, buzos y medias gruesas. Tampoco hay que estar muy despierto para ver que hace ya varias semanas que llegó el otoño, solo alcanza con prestar atención a las hojas que todos los días la gente del barrido junta en esas bolsas verdetriste de sello municipal. Ni hay que ser muy avisado para caer en la cuenta que no va llover hasta que no estén listos los desagües y las lagunas de retardo.
Para lo que sí hay que ser muy astuto es para ver que las papas, las galletitas manón, el kilo de palomita y los viajes a la luna aumentaron su precio a casi el doble, no precisamente por los cortes de ruta, como dicen, sino por ciertas ocultas y maquiavélicas decisiones de vaya a saber quién de por allá arriba. Igual hay que ser de atento para avivarse justo cuando nos quieren vender como mascotas a unas hienas diciendo que no son de las que vemos carroñear riéndose de todos en el canal de documentales sino unas tiernas y dulces criaturas que viven a puro alimento balanceado, no muerden y lloran mirando a Tinelli.
También está visto que en ocasiones a muchos les conviene no ser ni muy dormidos ni muy sagaces, más bien sí un poco ingenuos, para no sufrir al ver que no habrá desagües nuevos jamás, los sueldos jamás subirán al ritmo de la inflación y los precios nunca volverán a lo que fueron. O para tomar por válido que estas hienas que nos quieren vender son mejor hienas que las otras, que la plata de las retenciones a las exportaciones agrarias son para mejorar la calidad de vida de los marginados de siempre o que solo solicitando más créditos a los bancos es como vamos a salir de la monumental deuda en que nos metieron.
Lic Gius