Nada más divertido que escribir sobre lo que sea, y sobre quién sea, sin firmar las notas. Puedo así hablar en contra de las retenciones agropecuarias especulando que quién lee se figurará inmediatamente que soy un opulento terrateniente, o por lo menos un acomodado tambero. O igual puedo escribir a favor de esas mismas retenciones y contaría seguro con que imaginarán que soy un ferviente oficialista. Por otro lado podría hablar, pero ni a favor ni en contra, y pensarían muchos que quién escribe es un encumbrado analista con postgrados en Harvard sobre economía y política.
De forma paralela resulta placentero escribir, bajo un inexpresivo seudónimo, sobre la inutilidad de ciertos actores en cierta película que acaban de estrenar en la ciudad, o de la herida que nos dejó en el corazón, y que no acabará tan fácil de sangrar, el doctor aquél del que hoy parece prohibido hablar ya que al hacerlo así muchos de los despiertos lectores de este periódico me supondrán un aplomado periodista egresado de las escuelas de Zlotogwiazda o Aliverti.
El anonimato, en todo caso, me resulta grato porque me permite caminar por las calles sin que me señalen como el que escribió que al último libro del mago Harry Potter en la ciudad no lo leyeron ni veinte jóvenes lectores, que Madonna nunca cantó bien, ni cuando cantaba, y que Juan Gelman, poeta argentino radicado en México, después de ganar por estos días el premio Cervantes continua su camino derechito al Nobel.
Por último, hay quienes reclaman ávidamente saber la filiación de quién escribe esta columna... y no sé porqué. ¿Será que la exigua estructura que sostiene estas crónicas se hará más luminosa al tener en claro que al escritor lo adorna un título de doctor, profesor, periodista, maestro panadero o contador?...
